Trance de la Vaselina Liviana y la Quimera Revelada para sellar con suavidad lo que antes ardía
Hoy confirmé una elección que venía germinando hace tiempo: vaselina líquida grado 90, la más liviana, la que no incomoda ni se resiste, la que deja que la piel respire. No quiero más untuosidades densas ni películas pesadas: mi cuerpo pide suavidad, absorción sin esfuerzo, una medicina discreta que actúe sin hacer ruido.
La encontré en la vieja y noble Química Halac de Córdoba, esa que lleva décadas abasteciendo saberes cotidianos y ahora se convierte en mi nueva aliada doble: me provee tanto de esta vaselina medicinal como de la parafina líquida que alimenta mis lámparas, esas que iluminan mis noches con llama viva y sin enchufe, con presencia cálida como altar encendido.
Y mientras cerraba esa compra, recordé que hace poco invertí una cifra considerable —con envío costoso incluido— en un negocio de Buenos Aires, también por Mercado Libre, para conseguir mis amadas lámparas. Pero es ahora, con estos productos locales, que la rueda simbólica cierra su giro con aroma cordobés: aceite para el cuerpo que curo, aceite para la luz que me habita.
El apellido Halac me llevó en espiral al recuerdo. Por años creí que La Quimera, esa casa mágica de Villa del Lago donde veraneábamos los Alippi García, pertenecía a esa familia. Pero no: hoy recordé que la casa era de los Miravet, y que los Halac eran más bien vecinos nuestros en el Bolívar, donde vivíamos los ocho originarios. Ella, la señora Yeye Halac, y sus hijos —uno abogado, otro ingeniero civil— habitaban el 11° B. Ese piso que, mirado ahora, tiene aroma a génesis, a linaje compartido, a balcón de la memoria y que tan bien nos vino a los herederos del papá y la mamá sus originarios dueños que nos lo heredaron a 11 y de donde mi hermana Georgina y yo que no teníamos casa pasamos a tener sendos departamentos propios, mi Morada y su Bulevar o Bolivarcito. Esta memoria de seguro esta signada desde lo profundo del alma por lo que significa numerológicamente el n° 11 de nuestro viejo piso, un número maestro como la maestría que se resolvió nuestra suculenta y amada sucesión Alippi García.
Y entonces entendí algo que venía latiendo bajo las aguas: Mi Quimera no era solo la restauración de la Taunus embrujada —que exorcizamos con rezos y manos técnicas—, sino la visión completa de mi Obra Integral. Mi Quimera soy yo cuando diseño, cuando escribo, cuando ilumino y cuando curo. No es un objeto: es un tejido. Una obra viva.
Hoy, con la vaselina de 90 y la parafina líquida bajo el brazo, con esta alquimia entre lo corporal y lo espiritual, sé que no estoy comprando productos: estoy recogiendo símbolos. Y así, este trance ya tiene su sitio reservado en la Bitácora de Leuuiah, dentro del ciclo que llamaremos: “Luces del Recuerdo”.
Podes leerla a esa bitácora en el siguiente link:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario